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Encuentro de apostolado indígena de América Latina

En la Sierra Tarahumara, México

5 al 8 de agosto de 2014

 

Estuvimos con Vico y Eduardo León (Guayo) en el Encuentro de Apostolado Indígena de América Latina (5-8 agosto). Es decir, nos juntamos jesuitas e indígenas de muchos países de Latino América, como Chile –son muy activos allá con los mapuches-, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala y México, además del gigante Brasil, que sólo mandó a dos, a un jesuita flaquísimo descendiente de alemanes y a un jovenazo de Roraima, que es una región que pega con la Guayana Inglesa. Unos y unas 60.

El encuentro fue en la Tarahumara, al occidente de Chihuahua. Chihuahua tiene una parte que es desierto, donde está la capital, a cuatro horas en carro de la frontera de los EE. UU. Y otra parte que es la sierra, con barrancos cortados a pique, rocosos, y planicies. No fuimos más que a asomarnos a esos barrancos en cuyas laderas se siembra la bella amapola –morada, roja, blanca…- y la dulce marihuana. No las vimos ni las aspiramos. Allí viven los rarámuris donde los jesuitas han tenido una misión por siglos. En ella los hermanos han sido clave. Dijo el “Gallo”, el superior, que sin los hermanos hubiera sido imposible la misión. El mayor de los asistentes al encuentro era un hermano de 82 años, un poco mayor que yo, medio ciego, pero erguido, alto, se me hacía un gigante. De esos hermanos que hemos tenido nosotros. Me tocó decir la misa de la mitad del encuentro y traje al altar a los tres hermanos presentes, el gigante con su bastón de hombre viejo, el mediano un pintor y el más jovencito un agrónomo peruano. Celebrábamos los 200 años de la restauración. “A ver si no al tocar fondo la curva del número de hermanos nos damos cuenta de su potencialidad como vocación a la Compañía”. Pusimos el bastón del hombre viejo sobre el altar para que se deje llevar para donde el Padre lo quiera poner. Pero los ritos más frecuentados fueron alrededor del fuego con el sacerdote aymará que se proclamó a la vez diácono católico de Bolivia, o alrededor de la comida y la bebida del tesgüino rarámuri o alrededor de las candelas de colores mayas. Siempre, como eucaristías sombra, sombras de la de Jesús. Y participamos en la danza, más viendo que danzando, de toda la noche, en la que el “Pato”, otro jesuita mexicano con nombre de animal, acompañaba a los matachines mientras muchos de nosotros fuimos a descansar para estar despiertos al día siguiente. Pero veo que no les cuento nada de las horas y horas que estuvimos oyendo y oyendo exposiciones del apostolado de cada país y región entre pueblos originarios.

El tema del encuentro fue la espiritualidad y la resistencia. Como conclusión no escrita, creo que llegamos a fortalecer el convencimiento sobre dos puntos clave que se dan como problema en todo el continente, el primero, la voracidad de los grandes proyectos trasnacionales en todas partes sobre las riquezas de los territorios indígenas, sea pesca, el oro del turismo, el oro de verdad, las hidroeléctricas, el petróleo, los bosques y más recientemente el gas fracking. Eso uno. El segundo, la erosión cultural de la juventud sometida al proceso de educación occidental en las escuelas y universidades y luego al bombardeo de la televisión y del consumismo que le va haciendo olvidar los valores y las costumbres de los antepasados. A esa conclusión llegamos ya en el aeropuerto de Chihuahua listos para tomar el avión de vuelta entre unos mexicanos y un chileno. Nos preguntábamos y “¿tú qué te llevas del encuentro?” Coincidimos que era la confirmación una vez más de esos dos puntos centrales que pueden orientar nuestras estrategias apostólicas. 

P. Ricardo Falla, S.J.

 

 

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